martes, 21 de abril de 2009

Tu Sangre en la Pared

Él se sintió extraño cuando sus manos soltaron el vidrio, en ese pequeño departamento de tapiz caído y alfombras raídas, ahora sucias de sangre; él, después de reflexionarlo, encajó un pequeño trozo de vidrio en el lado izquierdo del cuello de su antes querida mujer mientras dormía, o aparentaba dormir, la verdad fue que no le importó; y casi sin esfuerzo, arrastró esta navaja hasta el derecho, cuando un olor extraño comenzó a llenar el lugar, se dio cuenta de que realmente lo acababa de hacer. No sintió remordimiento, pues pensaba que su esposa era inútil, pues no supo nunca cocinar, planchar, lavar o cualquier otra cosa que una ama de casa realizaba normalmente, y sin importar lo que ella pudo llegar a haber sido, ella era una pésima mujer, estaba cansado, así que se acomodó y durmió tranquilamente un rato.

Unas cuántas horas antes había llegado casi muerto de cansancio a su departamento; molido por dos turnos de un trabajo inestable, sin futuro, a nadie se lo había dicho, pero sabía que estaba gastando más de lo que ganaba, ella no le sirvió nada de comer, pues no había preparado nada; había estado todo el día viendo programas vacíos de personas ajenas a su realidad en la pequeña televisión del departamento; él se sirvió un café frío y amargo y comenzó a pensar.

Después de meditarlo mucho se dio cuenta de que la razón por la que estaba a punto de quebrar era que arrastraba un peso muerto, un lastre, un ancla, esa mujer que dormitaba en el otro lado de la cama del departamento no era la que él había conocido; bella, lista, trabajadora, con un futuro próspero asegurado casi en cualquier lugar; se había convertido en una rara masa fea, tonta, floja, gorda, desagradable y deslilus

Ni siquiera podría llegar a servir de puta, pues hacía tiempo que se había convertido en una especie curiosa de oso, le había crecido pelo en muchos lugares antes estéticamente lampiños, habían aumentado de volumen su abdomen y caderas, dándole un aspecto horrible; sus ojos de ser verdes se volvieron negros, ni siquiera el sol de mediodía arrancaba un poco de vida de esos ojos estériles, vacíos y amorfos.

Se dio cuenta que esa mujer a la que antes había confiado tantos secretos, con la que compartió tantas tardes de amor y gloria, ahora no era nada más que la razón por la que no podía aspirar a una mejor vida, pues ella destruía todos sus sueños e ilusiones, los tiraba por tierra enérgicamente argumentando que eso no los sacaría de su problema, y gastaba como si pudieran permitírselos.

Estuvo pensando casi toda la noche, y antes de ir a acostarse al catre desvencijado que estaba en aquel departamento, se dirigió al baño, rompió el espejo silenciosamente, para tratar de no despertar a aquel ser que habitaba del otro lado del universo, pero al mismo tiempo junto a él en la penumbra.

Se acostó junto a ella, se volteó para quedar de frente a su espalda, pues la frente de ella daba contra la pared de tapiz viejo del cuarto, y lentamente deslizó una mano bajo la almohada que nunca fue capaz de compartir con él, rápidamente, pero sin despertarla le cerró la boca con la mano, antes de levantar la esquirla, y con la precisión de un cirujano, cortó a ciegas limpiamente el cuello, la garganta, las venas, las arterias.

Ella lo sintió en sueños, pero ni si quiera intentó gritar, no hubiera servido, pues sangre entraba dentro de sus pulmones de una manera veloz, murió al darse cuenta que por la rapidez con que hizo él el corte, había salpicado una microscópica mancha roja en la pared sucia, y se preguntó por qué no había hecho algo mejor con su vida, en lugar de haberse escapado con ese hombre que la había matado. No pudo exhalar su último suspiro, pues el corte era tan profundo que su boca ya no tenía conexión alguna con sus pulmones.

Al sentir su sangre correr por su manga, retiró el brazo, se volteó de la cama, y durmió plácidamente un rato, a la mañana siguiente se despertó, se levantó, y al entrar en el baño, recordó todo al ver que al espejo roto le faltaba una esquirla, la buscó, la encontró del lado del catre donde yacía su esposa, quien emitía una insoportable psete ferrosa, la recogió y cruzó la habitación, pero al voltearse para ver el cuerpo de aquello, vio que en la pared estaba raspado con un corte fino la frase, "Sangre ensució esta pared, será la tuya la que la limpiará", él no se inmutó, se vistió para su trabajo en la oficina y salió, para nunca más volver.

¡Qué fino era el tallado, parecía el de una esquirla de vidrio!